El viernes, en torno a las 10 de la noche, vi a un vecino en la gasolinera. Hablaba tranquilamente con un amigo, probablemente comentaba cómo había ido la semana... más arriba, a la altura de la cooperativa me había cruzado con una única mujer que paseaba a sus perrillos. Durante ese medio minuto sólo estábamos en esa carretera, la mujer, el hombre y yo. Se rompía la tranquilidad de la noche como si no la quisiéramos dejar que descansara tras un frenético día.
Describo esta situación para trasladar a este blog el encanto de mi pueblo, esa tranquilidad que sólo estropea el rodar de un coche o el camión que nos recoge la basura. Pero, sobre todo, quiero escribir aquí esta noche lo que en aquéllos instantes se pasaba por mi cabeza.
Era tan fácil romper con la tranquilidad. Parecía como si la calle ya durmiera y cualquiera pudiera hacer lo que quisiera, como si tuviera uno la libertad de hacer y deshacer, de confundir la tranquilidad del prójimo con el caprichoso poder.
Ya digo que había sido una semana intensa, las noticias para mi pueblo no eran muy buenas y, por desgracia, todo apunta a que se va a agravar la situación. Por eso me vino a la cabeza esa manera tan fácil de romper la tranquilidad y hacer daño. Hay personas que aprovechan la tranquilidad, la ingenuidad, la bondad... de otros para saciar su ansia sin vergüenza alguna, sin importarles los daños colaterales de sus actos.
Por desgracia, hoy sólo pude hacer uso de esta metáfora, espero que el relato lo pueda escribir pronto apartando a un lado la tragedia. Esa persona que había en la gasolinera hablaba tranquilamente, por gracia o desgracia, ajena a lo que estaba pasando a su alrededor.
La debilidad, amigos y amigas, no es nuestra flaqueza cuando nuestro futuro está en manos de personas ineptas, la debilidad está en esas personas: Ante el trabajo y el compromiso han optado por 'hacer lo más fácil, no hacer nada'.
Un saludo.